de cucuruchos

Sucedió en una…

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Sucedió en una ciudad al Norte de México; él había sido enviado por el lapso  una semana a una convención comercial y de negocios, representando a la firma  en la que laboraba desde hace algunos años.  Eran días fríos, los últimos meses del año es por aquellos lares, más intensos en cuanto al descenso de la temperatura.

Las conferencias era, como sucede en estos eventos, unas muy buenas y otras en las que el tedio avanzaba tanto, que parecían una siesta con los ojos abiertos; nuestro amigo, un cucurucho de más de treinta años en filas, discurría entre platicas y material audiovisual comercial y de trbajo, con las fotografías de su Semana Santa que archivaba en la computadora portátil y su vista –y corazón- se dirigía contantemente al cromo en miniatura de Jesús de La Merced, “El Mero Jesús”  que  se guardaba cariñosamente en su porta documentos, entre tarjetas, billetes y notas de facturas.

El coffee break era momento mas que oportuno, para estrechar los vínculos con los colegas, para descansar un poco el ánimo y también para refrescar en su memoria (como solemos hacer los cucuruchos) las vivencias de Cuaresmas pasadas y reinventar un futuro que lleva aroma de corozo y se viste de morado.

En un momento de tantos, justo el último día de conferencias  al ingresar al elevador del hotel, nuestro cucurucho como un asunto reflejo y natural en nosotros, casi de manera inconsciente, sin que la mente lo piense pero el sintiendo en el corazón, silba las primeras notas de “Jesús de San Bartolo”…. Y así como un asunto casi surreal a miles de kilómetros de Guatemala, desde el fondo del cubículo del ascensor se deja escuchar el silbido de las notas siguientes que responden así a la alabanza hecha silbido. Sorpresa y un sentimiento de felicidad íntima por el encuentro con un hermano que ambos palpitan; nuestro cucurucho vuelva la vista y se encuentra con un guatemalteco que con una sonrisa de aprobación le dice ¿de Guatemala? ¿cucurucho?… como respuesta un estrechón de manos que se convierte en un abrazo de esos que los cucuruchos conocemos tan bien.  Dos personas, dos varones que prácticamente se desconocen, se tratan como iguales ante la inminente fraternidad que ellos saben van a compartir desde ese momento hasta quien sabe cuando…

El que parecía un breve saludo y un intercambio de ideas, se convierte en la vivencia de un almuerzo entre colegas; él le cuenta a nuestro cucurucho que vive allá desde hace siete años; le relata con un nudo en la garganta que en ese tiempo solo ha podido venir a Guatemala en Semana Santa en dos ocasiones; que nuestro amigo cucurucho no tiene idea de lo que es un Jueves Santo en la lejanía y sentir una auténtica nostalgia cuando el viernes Santo a las tres de la tarde se está levantando al Sepultado del Calvario; que cada Domingo de Ramos piensa, imagina y trata de vivir ”su procesión” … la interna, siguiendo los pasos del Rey del Universo; que echa de menos el batido en las velaciones, el aroma del incienso y del corozo; que extraña tanto todo, pero que lo que más le hace falta es la presencia de su familia y sus amigos.  El destino le ha llevado a esas tierras a trabajar en una muy importante empresa comercial y que al momento de aceptar el cargo lo más dificultosos fue saber que iba a tener que colgar el capirote por algún tiempo.  Le comparte que la tecnología ha sido un consuelo incomparable, que leer de Semana Santa y ver las fotos que se publican, es una manera de pretender estar acá, que muchas veces los audífonos le hacen vivir la salida o entrada de alguna procesión y entonces el cuerpo se le desarma y llora… como un niño, como un cucurucho.

Nuestro amigo cucurucho, lamenta este encuentro se haya dado en el último día de convención; intercambian teléfonos, correos, pines y demás, para estar en contacto; hay promesa de que cuando el “cucurucho mexicano” venga a Guatemala, habrá celebración, encuentro, abrazo y esa felicidad que solo nosotros, -locos por la pasión- entendemos. Hay promesa del envió de los últimos CD´s, de las revistas que se editen en el 2012, de mantenerse al tanto y sobre todo de encomendarse mutuamente en las oraciones de cada día.

Nuestro amigo cucurucho regresa a su tierra, a su familia y a sus cosas; aprovecha el primer viernes que pasa aquí de vuelta a visitar a Jesús de Candelaria y comienza a valorar lo que significa para un devoto tener a “sus Jesuses y a sus Dolorosas” a la mano, tan cerca como unas pocas cuadras.

Pasa el tiempo y llega la cuaresma 2012, que –como todas- a los cucuruchos se nos pasa más rápido de lo que pensamos y de lo que creemos; llegó el Domingo de Ramos y nuestro cucurucho se prepara para una cita que no estaba planificada y que le retrasará el encuentro con Jesús de San José. A pesar de eso, toma el vehículo y se dirige a su destino, con una emoción que siente ajena pero que valora como propia; estaciona y espera. Sabe que Jesús ya esta en la calle y que debe apresurase. Tensión contenida que estalla en un abrazo de esos que los cucuruchos conocemos tan bien. Del aeropuerto al Centro Histórico, el amigo está en casa. Un encuentro, que mas que emotivo es dramático, se produce cuando los ojos del cucurucho ausente se posan en la imagen de Jesús, hay un llanto pausado que solo nosotros entendemos, un correr de lágrimas silenciosas que marcan las mejilla con las experiencias retenidas, una especie de emoción que es única y que no se puede describir… los cucuruchos somos cosa extraña, tan extraña que a veces ni nosotros mismos nos entendemos, tan particular como que cuando se decide a ser cucurucho, muchas veces no hay vuelta atrás, tan particular como que la lejanía nunca es obstáculo para ser cucurucho.

5 respuestas a “Sucedió en una…

  1. Me parece algo indesciptible ser cucurucho, es un sentimiento de fe que solo nosotros entendemos y nadie que no sea cucurucho puede comprender, la espera es larga cada año pero al final cuando llega la cuaresma el corazon de cucurucho empieza a palpitar mucho mas fuerte. Saludos.

  2. Recuerdo también de una experiencia de niño, con la confianza que me ha dado escribir en este post, como la de estar sentado en la sala de la familia de apellido Cucurucho, me siento como en casa. Pues les cuento, honestamente envidio la capacidad de retención audio visual de Carlos Fernando Morales (Carlitos con mucho aprecio) de tener tan palpables y claras todas esas escenas de vida. En la Semana Santa del año 1989 uno de mis tíos me invitó a un viaje a Chichicastenango, estoy seguro que lo que les contaré no lo hizo con mala intención pero resulta que había iniciado una relación con una muchacha (de la que no recuerdo el nombre, en realidad no tenía conciencia del dato), lo cierto es que partimos, él, su novia y yo, el Viernes de Dolores, al filo del mediodía desde la Antigua, no superaba los 8 años, pero lo tengo muy claro. Mi tío, por razones de estudio había tenido necesidad de salir de casa para poder continuar su Universidad y al mismo tiempo poder trabajar, como muchos de nosotros lo hemos tenido que hacer, pero, llego a casa de una familia de personas No Católicas (lo menciono así para generalizar ya que son tantas las denominaciones que seguramente me equivocaré al mencionar una de las muchas que he escuchado). Esto es algo de lo que hasta la fecha mi abuelita aún lamenta, ya que piensa que hubo un fallo en nuestro núcleo familiar por este cambio de religión. Pues bien, resulta que yo me fui al viaje sin muchas ganas, porque me perdería algunas actividades propias de la semana santa en los “dos días” que estaría fuera. Llegamos el día viernes por la noche, recuerdo perfectamente la cena, unos huevos estrellados en un comal con tortillas recién hechas y frijoles volteados que para algunos sería un verdadero manjar pero para mí también tenían sabor a madera molida o peor aún.. podrida, como se menciona en el post anterior. Fuimos a buscar donde dormir, al día siguiente el paseo más horrible de mi vida, en calles desconocidas y frias para mi, con gente jamás había visto e igual… con otro idioma que no comprendía. Definitivamente ya tenía cansado a mi tío de tanto preguntar…. “Ya vamos a regresar?…, Ya me quiero ir… Yo quiero ir a “cargar” a Jesús de la Merced el Domingo…” y siempre escuché un “si ya nos vamos a ir…..” Se llegó el tan ansiado Domingo de Ramos por la mañana y podía percibir que los planes eran de continuar el paseo y no de regresar como me habían prometido. En casa me esperaba otro familiar que me llevaba a la procesión de Jesús de la Merced. Recuerdo perfectamente que en mi corazón de niño cucurucho siempre me pedía llevar una fotografía de alguna de mis imágenes de devoción y en esta oportunidad llevé al viaje mi cartulina de Aspirante, (la fotografía del turno tenía el Rostro del Nazareno en un marco similar a una tela típica). Entonces tomé mi turno, creyendo que tocaría el corazón o la lástima del tío para regresar a la Antigua y en ese momento sentí mi interior desgarrarse por el dolor más grande de mi niñez… no fue un golpe, no fue un regaño… fue ver frente a mi ojos como rompían en muchos pedazos mi Aspirante, acompañado de la sarta de incoherencias que estas personas pronuncian en contra de nuestra Iglesia. Mi único refugio y consuelo en ese momento, fueron las lágrimas, el dolor tan profundo y las imágenes de la procesión del Domingo de Ramos en mi mente que me dieron el valor de decirle con toda propiedad que si no regresábamos en ese momento yo me subía al bus que me llevara al Antigua. (No existen buses directos de Chichiscastenango hacia Antigua). Ya faltaban pocas horas para que Jesús saliera. Por alguna razón, sentimiento de culpa, pena por una molestia de mis padres… para mí, protección de Jesús Sacramentado… tomamos el rumbo nuevamente hacia la Antigua, en un recorrido por carretera en su totalidad cubierto de tristeza y lágrimas, lo primero que hice al llegar a casa, fue correr a los brazos de mi padre y contarle lo sucedido. Recuerdo que mi padre me dijo… “No te preocupés mijo, ya tu túnica esta lista, cámbiate, yo te llevo a la procesión…” Mi abuelita me colocó al pecho un turno de años anteriores… Ya era tarde, con mi papá corrimos al encuentro del Nazareno Mercedario y fue así como luego de sentir el dolor y la tristeza, también sentí una alegría incomparable al ver a mi Señor, lloré profundamente de tanta alegría casi frente a la casa donde ahora vive Carlitos, allá por el puente de El Calvario allí alcanzamos a Jesús. Lo acompañamos hasta la entrada y no podía dejar de sentir esa felicidad tan grande. Esta ha sido la oportunidad donde he experimentado un dolor tan profundo y una felicidad incomparable en el mismo día. Mi abuelita me pidió en esa oportunidad una oración por los hermanos no católicos y más aún por aquellos que alguna vez lo fueron y no lo son más, para que no se avergüencen de nuestra Iglesia, Nuestras Costumbres y Nuestro Evangelio, que son la fuerza de Dios para la salvación de todo el que en Él cree…. Vamos Señores!!!!!

  3. Recuerdo que, cuando era niño, por motivos laborales, mis padres debieron ir a trabajar fuera de la Antigua. Fueron, para mi corazón de niño, 4 años muy duros. Ciertamente no fue en el extranjero, pero para las condiciones de la 2nda. mitad de los 70’s, Panajachel casi lo fué…. Otro idioma, otras costumbres, otra forma de vida realmente. Eran los tiempos de la guerra interna. Regresar a mi querida tierra, ver ésa Emérita Metrópoli colonial, sentir que bajo las llantas del carro de mi padre iniciaba a tornarse el camino en ésa querida tortuosidad del empedrado…, era tan, pero tan raro y difícil! No podíamos siquiera salir para el cumpleaños de mi madre, pues su «santo» coincidía con el aniversario de una de las facciones en conflicto y a menudo «celebraban» quemando carros en la carretera.
    Tan es así que recuerdo, cuando fué definitivo nuestro regreso en aquel lejano 1982, (Bendito año de portar por vez primera a mi Colochito de Sambartolo) mi padre tuvo que ir a la municipalidad a tramitar una especie de salvoconducto, donde constaba que era ciudadano honorable en viaje a su casa; mismo que debimos presentar alternativamente en puestos de registro del ejército y de la guerrilla. El recordado viaje de regreso definitivo lo recuerdo como si hubiese sido ayer. Como era muy peligroso, nos llevamos sólo lo que cupo y hube incluso de tramitar un espacio para mi perro. Recordarme a mis escasos 12 años, encañonado en más de una vez, con las manos sobre el carro mientras me «registraban», y ver que hombres armados hurgaban con las culatas entre los pañales de mi hermanita, hacen que sea mucho más especial el recuerdo que les contaré a continuación:
    Un día, en que sólo atinaba a inferir que estábamos en cuaresma, por el hecho que mi mamá había llevado algunas frutas del mercado y había colocado en la mesita de la sala, a una imagen, réplica de Jesús de Sambartolo, (que mi papá le regaló en 1972 para su cumpleaños), sobre un mantel rojo y con dos candelitas a la par, desde el viernes por la mañana. Pues el domingo, mi padre llegó temprano, con su uniforme del trabajo (mis padres son y nos sacaron adelante siendo meseros en hotelería, concretamente recuerdo que era el Hotel Atitlán), y le dijo a mi madre: «Que se pongan suéter los patojos, y echá unos panes; talvez vengamos algo tardecito…»
    Fué agarrar carretera y mi mente no comprendía ni el motivo ni el destino del inusitado viaje. Entramos a La Antigua, recuerdo muy bien que mi padre se estacionó a media calle, en una atrancazón de carros, (por algún motivo ya no se podía pasar debido a un tumulto de gente). Mi padre sólo nos dijo: «Bájense patojos». Fuimos a acercarnos lo más que pudimos a la esquina. Recuerdo muy bien que distinguí entre el humazón, cómo recortaban claramente la escena, las siluetas de unas lanzas… De pronto irrumpe lenta pero arrolladoramente, la querida presencia de mi Soberano Señor de La Caída, sobre una corona imperial. Mi padre no dijo nada. Sólamente sollozaba y apretaba con sus manos el hombro de mi hermano y el mío… Luego se quitó los lentes, se enjugó las lágrimas y tomando de la mano a mi madre y mi hermano, nos encaminamos al carro y entramos al pueblo ya cayendo la noche, apenas a tiempo de revestirse, no de la querida túnica morada, sino del uniforme de mesero, para el servicio de la cena de los turistas; supremo sacrificio, (así lo comprendo ahora) necesario para dar comida y estudio a sus hijos.
    Con el paso del tiempo, recordando ésos momentos, me arengaba diciendo: «Hijo, todo trabajo dignifica, pero quiero que estudiés duro y que el 5to Domingo no tengás que sufrir el dolor de estar lejos de las filas de nuestro Señor; y si tenés que ir al hotel, que sea para llevar a comer a tus hijos en lo que El Rey da la vuelta por la Escuela de Cristo».
    No les quepa duda que luego de vivir todo eso, considero tan irrelevante abandonar tan sólo un momento las filas, por algo tan vano y consuetudinario, como lo es un simple almuerzo, mismo que se puede hacer por 364 días al año.
    Sé muy bien de lo beneficioso que es el ejercicio del Ayuno para el alma. Pero cuando alguien, incluso mi madre me presiona, para que me salga de las filas a almorzar, contesto que no es por ayuno y mucho menos por penitencia que no me salgo. Pues la verdadera penitencia sería la angustia de estar sentado almorzando y sintiendo el mejor manjar cual si fuese madera molida, por la desesperación de perderme valiosos minutos al lado de mi Nazareno de Sambartolo, desperdiciando así, momentos que espero durante todo el año, desde que el timbre suena y El rey desciende al dosel. Instantes cuando, entre sollozos del alma, únicamente atino a pecar de exceso de confianza, al pedirle vida para verlo y caminar a su lado un año más…..

    VAMOS SEÑORES…!!!

    1. Carlos: de todos los comentarios que has compartido, éste es sin duda el mas sentido y el que se acerca mas a ese msiterioso mundo de os cucuruchos; cada vez me convenzo mas que debajo de cada túnica hay vivencias que solo Él conoce, que el ser cucurucho es una opción de vida que comienza cuando Él nos llama a filas y que todos, absolutamente todos los cucuruchos tenemos razones íntimas de lo que hacemos y porqué lo hacemos; motivos distintos, pero que se igualan en el morado penitente de nuestras túnicas. Hoy con lo que has escrito me siento honrado de haber estrechado la mano de ese gran hombre y admirable cucurucho que es tu padre a quien pido a nuestro Nazareno de San Bartolo le conserve por mucho tiempo mas como su amante y fiel cucurucho. Un abrazo para vos.

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